EE.UU pone 10 aviones F-35 y cinco helicópteros modelo Black Hawk y Chinook a 850 km de Venezuela

El despliegue militar de Estados Unidos en el sur del mar Caribe, que comenzó con el argumento de reforzar la lucha contra el narcotráfico, escaló en cuestión de días hasta configurar uno de los episodios de mayor tensión entre Washington y Venezuela en los últimos años.
El detonante fue un ataque ejecutado el martes por fuerzas estadounidenses contra una embarcación rápida que, según el gobierno de Donald Trump, había zarpado desde Venezuela.
El resultado: 11 presuntos narcotraficantes muertos y el inicio de una campaña que la Casa Blanca describe como “antidroga y antiterrorista”, pero que, en los hechos, proyecta un mensaje geopolítico de fuerza en la región.
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El episodio provocó una respuesta inmediata de Caracas.
Apenas 48 horas después, dos cazas venezolanos F-16 armados sobrevolaron un destructor estadounidense en aguas cercanas, una maniobra que el Pentágono interpretó como un gesto de hostilidad directa.
La réplica de Washington no tardó: el viernes, 10 cazas furtivos F-35 fueron trasladados a Puerto Rico, a unos 850 kilómetros de la costa venezolana, para “disuadir” nuevos sobrevuelos.
Ese mismo día, nueve aeronaves del Comando Sur aterrizaron en Panamá para «ejercicios conjuntos» con la fuerza armada de ese país, entre ellas cinco aeronaves de la Fuerza de Tarea Conjunta Bravo: dos helicópteros UH-60 Black Hawk y tres CH-47 Chinook, utilizados para transporte táctico de tropas y carga.
¿Cuál es la escala del despliegue?
La magnitud del dispositivo desplegado por Estados Unidos no es menor. Según el New York Times, en la zona operan actualmente ocho buques de guerra, entre ellos dos destructores de misiles guiados, el USS Jason Dunham y el USS Gravely, ambos recientemente involucrados en operaciones contra la milicia hutí en el mar Rojo, y un tercero, el USS Sampson, actualmente en el Pacífico oriental, que podría incorporarse en breve.
A ellos se suman el crucero de misiles guiados USS Lake Erie, el buque de combate litoral Minneapolis-St. Paul y el Grupo Anfibio Preparado Iwo Jima, compuesto por tres naves de asalto y 4.500 marineros, acompañado de la 22 Unidad Expedicionaria de Marines, con 2.200 infantes y aviones de ataque AV-8B Harrier a bordo.
El despliegue incluye también varios aviones de vigilancia P-8 de la Armada y un submarino de ataque, en un escenario que remite a momentos de alta fricción en la política exterior estadounidense.
La tensión puede seguir aumentando
Los analistas militares destacan que, aunque la fuerza presente en la región no es suficiente para ejecutar una invasión terrestre, sí permite operaciones de precisión, como incursiones selectivas, misiones de captura o eliminación de objetivos, y un bloqueo marítimo efectivo.
Este patrón se asemeja a intervenciones previas en el hemisferio occidental, donde movimientos tácticos se utilizaron para aumentar la presión política sin comprometer aún un conflicto abierto.
Sin embargo, las declaraciones del propio Trump y de su equipo alimentan las sospechas sobre un objetivo más ambicioso.
La secretaria de prensa de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, evitó descartar la posibilidad de operaciones en territorio venezolano y volvió a calificar al gobierno de Nicolás Maduro como un “cártel narcoterrorista”.
En paralelo, tanto el secretario de Defensa, Pete Hegseth, como el secretario de Estado, Marco Rubio, prometieron más ataques “en las próximas semanas” contra embarcaciones y presuntas redes vinculadas al narcotráfico.
El mensaje implícito es doble: Washington busca mostrar determinación frente al flujo de drogas hacia Estados Unidos y, al mismo tiempo, debilitar a un adversario geopolítico que sigue alineado con Rusia, China e Irán.
Para Caracas, en cambio, el despliegue estadounidense es un acto de provocación directa. Maduro advirtió este viernes que cualquier agresión contra territorio venezolano será respondida con la “máxima rebeldía”, y que el país pasaría a una etapa de «lucha armada».
El Caribe se convierte así en un tablero estratégico donde la guerra contra el narcotráfico parece cruzarse con tensiones políticas acumuladas.
El Pentágono, en un comunicado reciente, advirtió de forma velada que “se recomienda encarecidamente al cártel que dirige Venezuela que no intente obstruir, disuadir o interferir en las operaciones”, un lenguaje inusualmente confrontativo que deja poco espacio para el diálogo.
Si bien el despliegue militar estadounidense se mantiene limitado, la combinación de operaciones letales, demostraciones aéreas y amenazas públicas eleva la probabilidad de un incidente que desencadene una consecuencia que impacte directamente en suelo venezolano.
Versión Final