Envenena a su marido y luego lo cubre con pétalos de rosas
Kristin Rossum tenía 24 años, era rica y hermosa, se había recibido de toxicóloga, y estaba casada con un joven brillante.
Pero la vida perfecta era solo una apariencia: adicta a las metanfetaminas, vivía una relación clandestina con su jefe en el departamento de médicos forenses de San Diego y se sentía atrapada en su matrimonio “como un pájaro en una jaula”.
Las drogas que se robó del laboratorio para preparar el crimen perfecto, cómo armó la escena para que pareciera un suicidio
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Muerte
Gregory fue declarado muerto en el hospital a las 22:19. Su bella mujer, la experta toxicóloga Kristin Rossum, dijo que él estaba deprimido, y sugirió un suicidio con drogas.
Sin embargo, la familia de Villers opinaba lo contrario. Su hermano menor, Jerome, insistió en que el hecho debía investigarse, porque su hermano no era depresivo y odiaba los estupefacientes.
Al principio los investigadores se mostraron reacios a abrir una investigación. La insistencia de los hermanos de la víctima los movilizó, y los condujo a otra conclusión. Descubrieron que la glamorosa Kristin tenía un amante.
Y que, además, ese amante era su jefe en la oficina de toxicología forense del condado de San Diego. Por esto, cuando decidieron realizar la autopsia, tomaron una importante medida para evitar los obvios conflictos de intereses: subcontrataron a un laboratorio externo, en la ciudad de Los Ángeles.
El resultado fue contundente. En el cadáver de Gregory había siete veces la dosis letal de fentanilo.
El fentanilo es un narcótico sintético opioide que se usa en medicina por su poder analgésico y anestésico.
Al aumentar los niveles de dopamina en el sistema nervioso central, lleva al alivio inmediato del dolor, relaja y da sensación de euforia y bienestar, pero su consumo es extremadamente peligroso y potencialmente mortal. Resulta cincuenta veces más poderoso que la heroína y cien veces más que la morfina.
Tocar o inhalar una pequeña cantidad puede ser fatal, porque dispara el ritmo cardíaco, provoca confusión, depresión respiratoria, y puede conducir a la muerte.
¿Qué había pasado, en realidad, con Gregory?
De niña rica a joven adicta
Kristin Margrethe Rossum nació en Memphis, Tennessee, el 25 de octubre de 1976. Era la mayor de tres hermanos (los dos menores, varones). Ralph Rossum, su padre, era profesor en el Colegio Claremont McKenna (llegó a ser asesor del presidente norteamericano Ronald Reagan). Constance, su madre, trabajaba en la Universidad Azusa Pacific.
Vivían en un barrio acomodado, Kristin practicaba ballet y, por su gracia y belleza, solían llamarla para desfilar en las pasarelas del centro comercial de la zona.
En el año 1991, Ralph aceptó la presidencia del Hampden–Sydney College, y la familia debió mudarse al estado de Virginia. Allí, Kristin concurrió al colegio de mujeres St. Catherine’s, en Richmond. Por esos años del secundario fue cuando comenzó a descarrilarse, bebiendo cerveza en exceso y fumando. Probó la marihuana, pero como no le hacía mucho efecto, eligió virar hacia algo más fuerte: las metanfetaminas.
En pocas semanas, la adolescente de 16 años se convirtió en fervorosa consumidora. Sus notas bajaron, perdió peso, y empezó a alejarse de su familia y de los amigos que no consumían drogas. Aprendió a mentir, a manipular a su entorno, y a robar para conseguir narcóticos.
En los años del secundario comenzó a descarrilar bebiendo cerveza en exceso y fumando. Probó la marihuana, pero como no le hacía mucho efecto eligió virar hacia algo más fuerte: las metanfetaminas. En pocas semanas, la adolescente de 16 años se convirtió en una adicta
Sus padres dejaron pasar los primeros síntomas, pero las cosas empeoraron. No pudieron seguir mirando para otro lado. En abril de 1993, cuando volvieron a su casa luego de unas vacaciones en un crucero, descubrieron que les faltaban las tarjetas de crédito, cheques y una videocámara. Kristin admitió que había usado el efectivo para comprar drogas.
La conducta de la adolescente se volvió errática. Un día, su padre pretendió revisar su mochila, pero ella no lo dejó. Pelearon y tironearon del bolso tanto que Ralph dejó unos moretones en el brazo de su hija. Kristin, histérica, tomó un cuchillo de la cocina e intentó cortarse las muñecas.
Como no pudo, subió corriendo al baño y se encerró. Siguió tratando de lastimarse con una hoja de afeitar mientras lloraba y les gritaba a sus padres que estarían mucho mejor sin ella. Las heridas fueron superficiales y se las curaron en casa. Evitaron el bochorno de ir al médico, que podía preguntar demasiado.
El asunto no terminaría ahí. En el colegio notaron los cortes en las muñecas y los moretones, y llamaron a la policía sospechando abuso infantil. La policía los citó, pero se enteraron de que no había abuso, sino consumo de drogas.
Después de esa tormenta, vino una época más tranquila. Los Rossum usaron su influencia como renombrados profesores para conseguir que Kristin ingresara en la Universidad de Redlands, en Los Ángeles. Como parecía estar bien la enviaron a vivir en el campus universitario. Tremendo error.
A los pocos días, un amigo la hizo probar metanfetamina cristal. Kristin pensó que la usaría solo para rendir los exámenes importantes, pero, para volver a sentir lo que había experimentado, cada vez necesitaba más. Empezó a fumar metanfetaminas cada día de su vida. Sus padres estaban desbordados. No sabían qué hacer, y la llevaron a su casa. Kristin empezó a escaparse con frecuencia.
Fatal encuentro
En una de esas fugas yendo a buscar drogas, en la frontera con México, conoció a Gregory de Villers. Fue un encuentro casual. Mientras Kristin cruzaba el puente peatonal que une Chula Vista, en California, con Tijuana, en México, se le cayó al piso la campera. Gregory la recogió antes de que ella pudiera agacharse.
Hubo conexión inmediata. Brillante, buen mozo, hijo de un prominente cirujano estético, el joven era un gran candidato. Charlaron en francés, y esa misma noche Kristin volvió con él al lado norteamericano. Fueron directo al departamento que Gregory compartía con sus dos hermanos (Bertrand y Jerome) y un amigo llamado Christopher Wren.
Enseguida los hermanos notaron que ella consumía drogas. Además, les empezaron a faltar cosas. Tomaron coraje y le pidieron a Gregory que se alejara de esta joven problemática. Él se negó, la refinada rubia de ojos verdes, hija de dos respetados profesores de universidad, ya le había robado el corazón.
Los padres de Kristin sí se pusieron muy contentos con la pareja que se había formado: veían en Gregory a una persona que la quería ayudar a superar sus adicciones.
Kristin disminuyó su consumo y pudo terminar la facultad. Se graduó en 1998, summa cum laude, en Química, en la Universidad Estatal de San Diego. Gracias a las conexiones de sus padres, encontró trabajó como toxicóloga en el departamento de médicos forenses.
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