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Fallece el corresponsal de AP en Venezuela Scott Smith

Smith llegó a Caracas en 2017 durante una ola de protestas letales contra el gobierno, provocadas en parte por la creciente presión del gobierno del presidente Donald Trump, que buscaba expulsar al presidente Nicolás Maduro

Scott Smith, un corresponsal de The Associated Press que viajó por Venezuela para documentar las historias personales de la desesperación pero también de la esperanza en el país convulso, falleció a los 50 años.

En febrero, Smith fue diagnosticado con cáncer de cerebro. En un inusual acto de cooperación entre los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela durante la pandemia de coronavirus y pese a una estricta prohibición estadounidense a todos los vuelos del país, vigente desde 2019, Smith fue trasladado desde Caracas para ser atendido en suelo norteamericano.

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Murió el jueves en el Centro Médico Stanford en Palo Alto, California, informó su familia.

Smith llegó a Caracas en 2017 durante una ola de protestas letales contra el gobierno, provocadas en parte por la creciente presión del gobierno del presidente Donald Trump, que buscaba expulsar al presidente Nicolás Maduro.

Con su comportamiento relajado, curiosidad ilimitada y un orgullo inmenso de ser corresponsal extranjero, Smith se ganó la confianza y respeto por igual de partidarios y opositores del gobierno.

“Incluso cuando estaba enfermo, preguntaba cuándo podía regresar a Caracas o cuál sería su próximo encargo en otra parte del mundo una vez que estuviera mejor”, dijo Ian Phillips, director de noticias internacionales de la AP.

Smith vio más allá de la retórica polarizante de la crisis política de Venezuela y le dio una voz a todas las personas con las que se encontraba: pescadores cubiertos de petróleo que a duras penas subsistían en un lago contaminado, pandilleros callejeros afectados por el aumento del precio de las balas o las familias de las víctimas de un incendio en una prisión sobresaturada.

También evitaba las explicaciones fáciles o superficiales para los peores infortunios del país.

“Solía bromear que un niño de un pueblito que mostraba novillos en la feria del condado no podía ser un corresponsal extranjero escribiendo el primer borrador de la historia”, dijo Kelly Scott, su hermana. “Nunca se dio demasiada importancia”.

Con todo humor, aceptó encargos desafiantes con una valentía sutil.

Un reportaje sobre enfermos con Covid en un hospital que mostraba el ruinoso sistema de atención médica del país, requirió que arriesgara su propio bienestar antes de que hubiera una vacuna y con pocos medios para salir de Venezuela de haberse enfermado.

Su último artículo para la AP reveló la previamente desconocida saga de Carlos Marrón, un empresario exiliado tentado a volver tras el secuestro de su padre, sólo para terminar golpeado y asfixiado en una de las prisiones de Maduro. Su presunto delito: operar un sitio web que publicaba el tipo de cambio del mercado negro.

Smith se unió a la AP en 2014, cuando reportaba desde Fresno, California, no lejos de donde creció. Documentó la lucha de California con la sequía y los impactos en agricultores y comunidades pobres que batallaban cuando cientos de pozos se secaron.

Antes de la AP, Smith pasó más de una década en el periódico The Record en Stockton, California. Su reportaje sobre los asesinatos en serie conocidos como “Speed Freak” llevó a las autoridades a desenterrar cinco víctimas, incluidos los restos de tres mujeres.

Después de graduarse de la Universidad Estatal de California en Chico, donde obtuvo un título de maestría en Literatura, fue voluntario del Peace Corps. Fue enviado a Uzbekistán, que entonces surgía del régimen soviético, en donde enseñó inglés. Después dirigió un curso no lucrativo para periodistas uzbekos sobre cómo reportar sin la censura del gobierno.

Gracias a un gusto común por la música —tocó la trompeta en varias bandas— se encariñó con Hugo Méndez, un taxista que la AP contrataba para recoger a Smith en el aeropuerto a su llegada a Caracas. Méndez escuchaba jazz y Smith tomaba notas.

“¿Miles Davis?”, era prácticamente lo único que Méndez comprendía del entonces oxidado español de Smith. A pesar de la barrera idiomática, en cuestión de horas ambos comían chicharrón y sopa grasosa en un puesto de comida en uno de los barrios más bravos de Caracas, sin que a Smith lo traicionara nada del nerviosismo que seguro sentía en la que entonces era conocida como la ciudad más violenta del mundo. Con el tiempo, sintió un profundo apego por su nuevo hogar.

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