Opinión

La discreción es la gramática del buen lenguaje

“Si el poeta fuere casto en sus costumbres, lo será también en sus versos; la pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos”.       

                                                                                                           Don Quijote (II, cap. XVI)

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Toledo, la capital tradicional de España hasta Felipe II, ejemplo del hablar castellano desde la época de Alfonso el Sabio, simbolizaba el habla culta y refinadaJuan de Valdés en sus reflexiones sobre el buen hablar se apoyaba en la autoridad de “personas discretas nacidas y criadas en el reino de Toledo”. Fernández de Oviedo, por su parte, decía que “allí es donde se habla mejor nuestra lengua”. Y Gracián llamaba a Toledo “taller de discreción, escuela del bien hablar”. En esta fórmula coincide de forma extraordinaria con Juan de Valdés (“Diálogo de la lengua”): “Los altos de linaje y ricos de renta, aunque sean cuan altos y cuan ricos quisieren, en mi opinión, serán plebeyos si no son altos de ingenio y ricos de juicio”.

La responsabilidad del cargo de Sancho Panza le infundió nuevo lenguaje (II, cap. XLIX): “Todos los que conocían a Sancho Panza se admiraban oyéndolo hablar tan elegantemente…”. “Y el mayordomo de la ínsula se asombra de que un hombre tan sin letras diga tales y tantas cosas llenas de sentencias y de avisos. Así tenemos que “los burladores se hallan burlados”. La misma naturalidad y discreción le

sirve para abandonar, con un hermoso discurso, su fugaz gobierno. O para consolar a Don Quijote en la derrota. A lo que este respondió (II, cap. LXVI):

    -“Muy filósofo estás, Sancho; muy a lo discreto hablas; no sé quién te lo enseña”.

En el «Viaje del Parnaso», Capítulo IV, Cervantes enaltece la propiedad del lenguaje como una cualidad indispensable para el poeta. Esta propiedad se manifiesta en el uso preciso y adecuado de las palabras, evitando errores gramaticales y solecismos.

Según Cervantes, el poeta que domina la propiedad del lenguaje, no solo deleita con su belleza, sino que también instruye y persuade al lector. Sus palabras son claras, concisas y exactas, transmitiendo el mensaje de manera efectiva y sin ambigüedades.

El autor utiliza la metáfora del «jardín de Apolo» para ilustrar la importancia de la propiedad del lenguaje. En este jardín, solo florecen las palabras bien escogidas y utilizadas correctamente. Aquellos poetas que descuidan esta propiedad, por el contrario, producen versos llenos de «zarzas y espinas» que obstaculizan la comprensión y el disfrute del lector.

Naturalidad y discreción se unen cuando Sancho hace el elogio del sueño en el aparte II, cap. LXVIII:

“En tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo, ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita el hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el río, frío que templa el ardor, y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto. Sola una cosa tiene mala el sueño, según he oído decir, y es que se parece a la muerte, pues de un dormido a un muerto hay muy poca diferencia”.

-“Nunca te he oído hablar, Sancho -dijo Don Quijote-, tan elegantemente como ahora; por donde vengo a conocer ser verdad el refrán que tú algunas veces sueles decir: “No con quien naces, sino con quien paces”.

-“¡Ah, pesía tal -replicó Sancho-, señor nuestro amo! No soy yo ahora el que ensarta refranes; que también a vuestra merced se le caen de la boca de dos en dos mejor que a mí, sino que debe de haber entre los míos y los suyos esta diferencia: que los de vuestra merced vendrán a tiempo, y los míos a deshora; pero, en efecto, todos son refranes”.

Gracias a la comunicación con Don Quijote, Sancho llega a hablar con discreción. La discreción era la virtud por excelencia del cortesano, o más bien una suma de virtudes. Covarrubias la definió en 1611: “Discreción, la cosa dicha o hecha con buen seso”; “Discreto, el hombre cuerdo y de buen seso, que sabe ponderar las cosas y dar a cada una su lugar”, y Don Quijote matiza su lengua caballeresca con los viejos refranes castellanos y con las expresiones más típicas de la lengua coloquial. La lengua de la cultura y la lengua del pueblo se funden en una realización superior: la lengua del Quijote.

La propiedad de las palabras estaba subordinada a la honestidad o a cierto decoro.

Cervantes enfatiza que la propiedad del lenguaje no es un don innato, sino una habilidad que se adquiere con estudio y dedicación. El poeta debe cultivar su vocabulario, conocer las reglas gramaticales y practicar el uso correcto de las palabras. La propiedad del lenguaje es una virtud esencial para el poeta, ya que le permite expresar sus ideas con claridad, belleza y precisión. Esta cualidad no solo deleita al lector, sino que también lo instruye y persuade. Cervantes exhorta a los poetas a cultivar esta habilidad con esmero, pues solo así podrán alcanzar la cima del Parnaso.  

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