Muere joven atropellada por un médico venezolano en Chile (+Video no apto para sensibles)

Paulina Fuentes tenía 28 años cuando la atropelló José Colina, un dermatólogo venezolano que quedó con firma mensual. En el parte de Carabineros de ese día, anotaron que, según Colina, fue que ella apareció corriendo sorpresivamente.
Por eso no la vio y la arrastró varios metros. Las cámaras de la calle demuestran lo contrario. Paulina cruzó en un paso de cebra y José nunca frenó. La madre asegura que está en pie de guerra con su teoría: «El la mató y no es un accidente». Al mismo tiempo, inició una campaña en redes sociales para lograr endurecer las penas de quienes atropellan y matan.
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José Gregorio Colina Flores nunca redujo la velocidad. Ni cuando salió del condominio ni cuando se acercó al paso de cebra. Pese a que su visión frontal y lateral izquierda le mostraba la panorámica casi completa de la calle, su BMW igualmente impactó y arrolló a Yarizta Paulina Fuentes. La Pauli, para todos.
Las cámaras del condominio exponen que en vez de frenar en su viraje a la izquierda, aceleró por la calle camino El Parque con dirección al sur. Aun cuando la intersección Las Hualtatas en Vitacura —por donde pasó— tenía cuatro cruces peatonales.
En el parte policial de ese día, Carabineros anotó lo que él relató: que fue la Pauli la culpable porque apareció corriendo de manera sorpresiva y le fue imposible verla. Los videos demuestran lo contrario.
Colina pudo haber actuado. El informe técnico pericial de Carabineros concluye que los sistemas avanzados de conducción que tenía su vehículo de última generación, los que incluían sensores de proximidad frontal, le permitían haber intervenido de manera oportuna para evitar el accidente.
Por una lado, la familia de Paulina asegura que Colina, con su título de médico profesional, no prestó ayuda. Él lo niega rotundamente. Afirma que prestó auxilio dentro que lo que se pudo, “considerando la gravedad de sus lesiones”.
70 minutos después del impacto, Paulina murió.
Su sueño de ser madre, su plan de casarse y los 15 días que faltaban para recibir su nuevo departamento, terminaron ese 16 de julio a las 9:47 horas. Fue un politraumatismo esquelético y visceral que le provocó el atropello.
Planes estancados
Paulina es sureña, de eso no hay duda. Nació en Puerto Varas, se crio en Chiloé y estudió en Temuco. Empezó estudiando traducción en la Universidad Católica y convalidó hasta titularse de Pedagogía en Inglés.
Para su madre, Soraya Villarroel, lo que mejor la describía era su instinto maternal. No tenía hijos, pero actuaba como si los tuviera. Sobre todo con su hermana menor a la que le sacaba 20 años de diferencia. También con sus amigas o con las personas que conocía.
—Por lo general andaba como ayudando, aconsejando —cuenta su madre a BBCL Investiga.
Esa crianza de la que Soraya se siente orgullosa, la llevó a siempre ser honesta. La verdad aunque duela, era su lema de vida. Eso igual hizo que no tuviera filtros con sus comentarios. No despectivamente. Era capaz de abrazarte para plantearte su pensamiento.
—Yo creo que por eso la gente la estimaba mucho y la quería, porque no te andaba con cuentos.
Fue su carrera la que la llevó a conocer a una familia que la contrató para que hiciera clases de inglés a unos mellizos. Según Soraya, los niños la quisieron tanto que lo que empezó como una hora a la semana, terminó con un contrato permanente y Paulina yendo de lunes a viernes.
Las clases partieron en Puerto Varas y terminaron en Santiago. En enero de 2024 la familia se trasladó a vivir a Vitacura y le pidieron a Paulina que se fuera con ellos. Coincidía que su pololo, un año atrás, se había ido por trabajo y esa era la oportunidad para estar juntos. No la desaprovechó.
Su nueva aventura incluiría un nuevo departamento y un matrimonio. El 1 de agosto estaba pactado que recibiría su nuevo hogar en Las Condes. Y en febrero, que se casarían.
Al final, no pasó ni lo uno ni lo otro.
Un día feriado
El martes 16 de julio Paulina salió de la casa que 15 días más tarde dejaría. Su meta era llegar al hogar de los mellizos para ayudarlos con las tareas. Se detuvo en la esquina Las Hualtatas con Camino el Parque. Estaba a una cuadra del condominio. Miró rápidamente y cruzó el paso de cebra.
De manera paralela, José Colina bajó desde Edificio el Lingue, uno de los siete departamentos que componían el sector residencial a donde Paulina entraría. Fue al estacionamiento y se subió a su BMW X4. Un automático de ocho velocidades que tenía poco más de un año. Tenía que cruzar la misma intersección donde Paulina estaba detenida.
Cuando puso un pie en la calzada, José estaba saliendo del condominio. Cuando comenzó el viraje a la izquierda, Paulina ya iba en la mitad de la calle. Cinco segundos después “fue brutalmente embestida”. Esa misma terminología usó la querella que la familia interpuso más tarde contra Colina.
Mientras todo eso ocurría, en Chiloé Soraya acababa de despertar con su hija menor. Era feriado y, a las 8:30 seguían con el pijama puesto. Estaba a más de 1.200 kilómetros de distancia.
El primer llamado que recibió fue de su exmarido, el padre de Paulina. Le avisaba que su niña estaba grave. Que un accidente de tránsito la tenía internada en la Clínica Las Condes.
—Yo dije pero ¡¡qué, cómo!! —recuerda de ese día.
Ocho minutos después aproximadamente recibió un segundo llamado. Se estaba cambiando de ropa para viajar.
—Me dice “Soraya, la hija falleció”. Ahí me volví loca. Loca. Grité. Lloré.
Dice que le pasó algo extraño en la piel imposible de describir. Una especie de escalofrío que le erizó todo el cuerpo. Mientras gritaba y gemía de dolor miró a su lado y estaba su hija de ocho años.
—Estaba destrozada, llorando a mares también, gritando y escuchando todo lo que a mí me habían contado.
No sabe cómo lo hizo pero secó sus lágrimas y, esa pena que sintió por su hija mayor, por esa chica de ojos verde pardo que tuvo a los 17 años, la guardó para consolar a su pequeña. A ella y a todos. Más tarde se subió al auto para viajar a Santiago y tomar un avión desde Osorno. Su objetivo era alcanzar a abrazarla en la clínica. El resto son recuerdos nebulosos y borrados para ella.
Cuando aterrizó en Santiago el cuerpo de su hija ya estaba en el Servicio Médico Legal.
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